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Boletín N°1 - A nuestras madres chilenas

Autor/a: 
Alejandra Llanos Avendaño

A nuestras madres chilenas

 

ÁREA: Social.

 TIPO DE PUBLICACIÓN: Columna de opinión.

    

Autora:  Alejandra Llanos Avendaño, egresada de Magíster en Estudios Internacionales, Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), USACh.

Correspondencia: alejandrallanos.a@gmail.com

 

Mi madre. Vino a visitarme estos días después de un largo tiempo. Abrazarla fue sentir una sensación cálida y revitalizante. Volver a la matriz me ha hecho meditar sobre aquello que nos pasa con nuestra madre a medida que más nos adentramos en el largo camino de la deconstrucción de los roles de género.

Es que como dice el dicho, “madre hay una sola” y es tan fuerte el vínculo con ella, que pensar en la idea de cambiarme el apellido no había tenido sentido sino hasta ahora con la nueva ley que me permitirá llevar como primer apellido, el de mi madre.

Y esto no es mero capricho. Se trata de una manera simbólica de reconocerle a mi madre mi gestación y mi parto, los años de posponerse así misma y un sinfín de actos de amor desinteresado. Porque en la medida que esta sociedad va aprendiendo (afortunadamente) que el cuidado de los hijos les corresponde a ambos padres, también pareciera que vamos apartando el foco de la invisibilidad histórica de nuestras madres.

En los años 2005 y 2006, fueron presentadas dos mociones parlamentarias que perseguían la posibilidad que el apellido materno encabece el orden. El primero, presentado por parlamentarios de derecha, sostenía que Chile, avanzando hacia pasos concretos en la igualdad de oportunidades para las mujeres, debiese garantizar el derecho de los padres a elegir de común acuerdo el orden de los apellidos. Todo esto, bajo el principio de libertad que debe regir en toda sociedad y Estado de derecho.

Luego en el año 2006, las diputadas María Antonieta Saa y Adriana Muñoz junto con otros parlamentarios de centro izquierda, presentaron otra moción en una línea similar a la anterior, pero sobre el fundamento de que ha sido el sistema patriarcal el que asigna al hombre el rol de proveedor y a la mujer el doméstico y por tanto es el marido quien ha fijado históricamente el nombre de la familia.

Tomaron quince años de gestación legislativa, cuando en mayo del 2021 se publica una nueva ley en Chile que permitirá, sólo por común acuerdo de los padres, inscribir a sus hijos comunes con el apellido materno. Es decir, el derecho de las madres de reconocer legalmente a sus hijos sigue supeditada a la voluntad del hombre perpetuando entonces el esquema patriarcal de cuidado.

Pero, reconocer este derecho ¿es seguir perpetuando el rol de cuidado asignado a las mujeres? Me parece que re-aprender la tradicional visión biológica de la mujer, internalizar la relación público/privado o casa/calle, avanzar hacia la equiparación de derechos, no puede impedirnos contemplar la diversidad dentro de la identidad de mujeres.

Eso implica revisar cómo se han construido las identidades de género en Latinoamérica. La antropóloga Sonia Montencino en su libro “Madres y huachos”, nos ofrece una bella descripción sobre el ser mujer y ser hombre en nuestro territorio mestizo.

Para la autora, la cultura mestiza latinoamericana posibilitó un modelo familiar en que las identidades genéricas no correspondían ni a la estructura indígena ni a la europea. En este limbo, el núcleo de una madre y sus hijos, prevalecía en el desamparo. El afecto que prodiga la progenitora es el único referente amoroso. En palabras de Gabriel Salazar “en su fracaso, los hombres escapaban de sus hijos, mamá en cambio no podía escapar de nosotros”. Venimos así, de un pasado de abandono.

La moción del año 2005 fue presentada bajo el argumento de eliminar la discriminación hacia las mujeres. Ese carácter más liberal supone la necesidad de que las mujeres se adapten al patrón masculino de organización de la vida pública, sin revisar los fundamentos sobre los que se han construido. Luego, el proyecto que le sigue, aparentemente enmarcado en un feminismo maternalista, propone una revitalización de lo femenino asignando características esperadas e idealizadas en nosotras.

Iniciativas legales como estas, son una esperanzadora oportunidad para generar puentes entre los distintos feminismos en la medida que asignemos valor a nuestros rasgos culturales mestizos. Como señala Norbert Lechner, es necesario el esfuerzo de incorporar y reflexionar sobre la parte que le cabe a las vivencias de la gente en la conformación del espacio público.

Las teorías feministas latinoamericanas llaman a escuchar las experiencias de las mujeres de nuestra región, las que también conforman nuestra propia identidad. No perdiendo el foco en eso, podremos lograr el empoderamiento de las mujeres y asimismo, avanzar hacia un verdadero reconocimiento a la historia de cuidado de nuestras madres.

Mi nuevo nombre, será entonces, Alejandra Avendaño Llanos.